Al día siguiente, el médico se presentó en su casa con un medicamento, para el que era necesario que mantuviera largo rato los ojos cerrados. Así fueron pasando los días y despareciendo los muebles de la anciana, ya que cada vez que se aplicaba el ungüento, el médico aprovechaba para robarle alguno de sus valiosos muebles.
Cuando se terminaron los muebles, el médico dio por finalizado el tratamiento, reclamando el pago prometido. Un desembolso al que la vieja se negó tan rotundamente, que el médico la llevó a los tribunales. Allí la anciana dijo que era cierto que le había prometido pagarle, pero que en lugar de curar su vista, esta estaba peor que nunca. Preguntada sobre el motivo de tal afirmación dijo:
- La razón es bien sencilla, antes del tratamiento conseguía ver los muebles de mi casa y ahora mismo soy incapaz de ver ninguno.
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MORALEJA
Los que son perversos se descubren con sus propias acciones
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