>
Al curtidor no le gustaba mucho la idea de tener que marcharse a otro sitio, pues ya llevaba muchos años allí, por lo que, cada vez que el rico le emplazaba a marcharse, él contestaba con excusas una y otra vez, aplazando su salida:“No se preocupe, pronto me iré” repetía
El tiempo pasaba y el curtidor no terminaba por marcharse nunca, pero el hombre rico, lejos de apremiarle, cada vez se acostumbraba más al fuerte olor de la curtiduría, hasta terminar por no sentir ninguna molestia. Debido a esto, dejó de insistirle en su requerimiento y el curtidor pudo permanecer donde siempre había estado.
MORALEJA
Hasta de la pesadumbre el hombre llega a hacer costumbre